MIDNIGHT (media noche)

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PORTADA (me encanta, amaiuski, es preciossa) :
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PRÓLOGO:

El accidente. Sí, eso era lo que veía cada vez que cerraba los ojos, el accidente. Iba caminando con pasos cortos por la calle, estremecida a causa del frío glacial que reinaba aquella fatídica noche de luna llena. Eché un fugaz vistazo a mí alrededor. Esa era la parte que con más intensidad recordaba. Su larguirucha figura, sus colmillos. Sus endemoniados ojos rojos llenos de ansiedad. Me miraba con codicia, olisqueando mi sangre y haciendo aletear violentamente sus fosas nasales.
Y de repente…
De repente me despertaba en aquella habitación, con esas personas que no paraban de decirme que era como ellos.

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Capítulo 1: Weeping Willow (sauce llorón)

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Weeping Willow era una aldea llena de pequeños prados y campos en la que la mayoría de los habitantes vivían en pequeñas casuchas de madera alrededor de una plazoleta adoquinada.
Pero había una casa que se distinguía con mucha diferencia de todas las demás. Los Foster, una familia adinerada y sumamente ambiciosa, era su dueña. Todos los granjeros de la aldea trabajaban para ellos, que a cambio, les pagaban las casas y los gastos relacionados con ellas.
La mansión Foster estaba apartada del resto del pueblo, allá en lo alto de los páramos rocosos que sumían a la aldea en una sombra imperial. Asustados y cohibidos, los niños del pueblo observaban la descomunal casona desde la plazoleta, e incluso los más valientes hombres y mujeres se estremecían cuando las enormes puertas metálicas exteriores se abrían emitiendo un chirrido semejante a cien feroces relámpagos.
La casa había sido construida por los ancestros de Cornelio Foster, el patriarca de la familia, doscientos años atrás.

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espero el siguiente capi

Capítulo 2: La maldición de Caroline Foster.
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Cuando, en 1876, Caroline Foster, antigua dueña y única heredera en el país falleció en un incendio en la mansión, una gran parte de la casa estuvo hecha ceniza durante un largo período de tiempo, dejando únicamente místicas leyendas y mitos en el paso de los años. Los laterales de la casa estuvieron, como ya he dicho, calcinados durante mucho tiempo… pero, sorprendentemente, los dos gigantes y centenarios sauces llorones en cuyas raíces todos los cuerpos de los Foster habían sido esparcidos en cenizas antes del incendio, seguían intactos.
Se decía que los espíritus de los Foster que allí yacían habían desencadenado una maldición sobre Caroline Foster por haber quemado la casa, condenándola a merodear por la mansión para siempre, privándola del descanso eterno.

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Capítulo 3: Cornelio y Andrómeda Foster.

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Sólo habían pasado diez años desde que Cornelio y Andrómeda Foster, primos carnales de Caroline, compraron Weeping Willow, (que era como la agencia inmobiliaria llamaba a la mansión de los Foster) y se mudaron allí con sus criados, sirvientas y ama de llaves.
Ignorando las leyendas de los aldeanos y comunicándose únicamente el uno con el otro, los nuevos y extraños Foster no habían hecho demasiados amigos en Weeping Willow, a diferencia de sus señoriales y generosos antepasados.
Eran pocas las ocasiones en las que Cornelio y Andrómeda bajaban a la aldea, y sus salidas siempre eran nocturnas.
–¡Endemoniados! –Decía la gente– ¡Están endemoniados!
Los habitantes de Weeping Willow cerraban puertas, ventanas y contraventanas cuando escuchaban el fuerte chirrido que la enorme puerta de metal de la verja que rodeaba la mansión emitía y resonaba en todos los rincones del valle. Intimidadas y reunidas todas en sus casas, las familias se quedaban a la espera de escuchar el ruido de la carrocería de los Foster cruzar las calles. Evitaban siempre que Cornelio y Andrómeda viesen el interior de sus casas a través de las ventanas, y los padres cobijaban a sus niños bajo la mesa de la cocina, o en sus protectores brazos.

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Capítulo 4º: El principio (Emma)

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Me sorprendí a mí misma cuando abrí los ojos y vi que estaba tumbada en una cama de matrimonio, con dosel. ¿Yo... en una cama de más de cuarenta centímetros de anchura? Debía de ser un error. ¿Y por qué estaba allí en lugar de estar en el orfanato? Bostecé y me incorporé. Menudo olor tan raro. Miré bajo las sábanas, recelosa, y comprobé que no llevaba puesta mi ropa. Es más; llevaba puesto un camisón de un algodón tan mullido que me asusté. De nuevo, extrañada, me pregunté, ¿Yo con una ropa decente?
Este no es mi cuarto, desde luego.
Decidí seguir explorando aquella habitación, pero desde la cama. Y no porque estuviese cansada, sino porque los calambrazos de dolor que recorrían todo mi cuerpo me lo impedían. Sentía mis venas llenas de veneno, como si una serpiente me hubiera mordido y nadie hubiese impedido que la ponzoña siguiese abanzando por mi cuerpo. Por un segundo me alarmé por ello. No importa, me recordé, me quiero morir.
Qué ingénua era en esos momentos. ¿Cómo hubiese reaccionado si alguien me dijese que después de unos días sería inmortal para el resto de la eternidad? ¿Creéis que me habría suicidado en ese momento?

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Capítulo 4: Emma (continuación)

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Estaba en una habitación muy amplia y poco iluminada. La única lámpara que colgaba del techo alumbraba el cuarto de manera muy ténue, tan ténue que casi no se podía ver nada. Sólo había una ventana, que estaba sellada con tablones de madera y clavos. Era como si doscientos años atrás alguien hubiese congelado la habitación hasta la actualidad, conservando todos sus detalles. Había una mesa que ocupaba uno de los laterales de la habitación sobre la que descansaban incontables muñecas de porcelana en perfecto estado, vestidas con sofisticados trajecitos de la época victoriana. Vi un armario gigantesco de madera de roble teñida de oscuro apoyado en una de las paredes. Concretamente frente a mí. También había sillones muy grandes y tapizados a juego en una esquina de la habitació, entre muchos otros muebles lujosos y colecciones tan valiosas como antiguas.

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Capítulo 5: El armario

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Dormí durante un día o dos, y cuando me desperté el dolor ya casi había desaparecido. Así que me estiré, me retiré los pelos que se me habían pegado a la cara y me dispuse a levantarme. Busqué mi ropa, pero como no estaba doblada sobre un sillón o a los pies de la cama, probé a buscar en el armario que había frente a la cama. De estar tumbada tanto tiempo ya casi se me había olvidado andar. Era una broma, claro.
Me acerqué al armario y tiré de sus dos puertas a la vez. Estaban tan duras que cuando finalmente las abrí me caí hacia atrás. Me puse de pie, maldeciendo entre dientes el hecho de ser tan gafe, y reparé que cada una de las puertas del armario tenía un espejo incorporado a ellas. Reprimí un grito cuando vi mi aspecto reflejado en el espejo. Parecía una chica disfrazada de abuela.
Justo en ese momento se escuchó un ruido en la puerta, que estaba al lado del armario. Me entró el pánico cuando oí unos pasos que se acercaban cada vez más y comprendí que alguien iba a entrar en el cuarto. ¿Y si era un raptador, un asesino? Rápidamente me escondí en el otro lado del armario, pero dejé las puertas abiertas para poder ver el reflejo de quien entraba en el espejo.
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Capítulo 5: El armario (continuación)

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Esperé unos segundos, escondida detrás del armario, hasta que finalmente entró una mujer a la habitación. Un momento. Su reflejo no se ve en el espejo.
Seguro que me he equivocado al hacer los cálculos y desde el ángulo en el que está no se puede ver.
—Hola —Dijo, apareciéndose en un instante a diez centímetros de distancia de mi cara con una sonrisa— ¿Cómo te llamas?
¿Qué debía hacer? ¿Fiarme de aquella mujer? Decidí inventarme una personalidad falsa.
—Em... —Me detuve antes de pronunciar "Emma"— Emily...
—Oye —Dijo— Somos buena gente. Y tú eres como nosotros. O al menos lo serás dentro de un tiempo. —Hizo una pausa y sonrió de manera enigmática— Así que, ¿por qué no me dices tu verdadero nombre?
La miré, pasmada. ¿Cómo podía saberlo?
—Emma... —Murmuré.
—Bien, Emma. Yo soy Andrómeda. Andrómeda Foster.

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Capítulo 5: El armario (continuación)

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Andrómeda Foster era una señora de más o menos cuarenta y cinco años, pero que tenía el mismo nivel cultural y la misma sabiduría que alguien que había vivido quinientos años. Vestía una larga capa de terciopelo profundamente oscuro echada hacia atrás que dejaba al descubierto parte de sus translúcidos hombros que contrastaban con el vestido negro de duquesa que llevaba arrastrando por el suelo. Tenía unos modales perfectos y una sonrisa inmaculada, perfectamente señorial. Parecía que alguien hubiese viajado en el tiempo, dos siglos atrás, y hubiese traído a Andrómeda al siglo XXI. Era, de hecho, como una auténtica dama victoriana del siglo XIX. La mujer rompió el aura de elegancia y sofisticación en el que estaba sumida cuando reparó en el armario; en los espejos del armario, más bien. De pronto se enfureció, y yo me eché atrás. Con los ojos llenos de ira y una fuerza sobrehumana, balanceó un brazó en el aire e hizo pedazos los dos espejos.
El terror y el pánico me invadieron cuando Andrómeda se giró hacia a mí y me lanzó una endemoniada mirada iracunda. De repente dejé de oír mi agitada respiración y el incesable castañeo de mis dientes, y el retumbo de los latidos de mi corazón acaparó todos mis sentidos. Como si me hubiese vuelto sorda. Andrómeda adoptó una postura terrorífica, y sus ojos, que se tornaron rojos como los de satanás, se llenaron de codicia. En un instante recobró la compostura y con una apacible sonrisa, dijo:
—En esta casa no se permiten espejos.

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